De vivir en la calle a encontrar mi propósito, a través de la amistad

He tenido una vida normal

Me llamo Marina. He tenido una vida normal, como una persona joven, profesional, mi madre y padre estaban juntos, era hija única, y con muchas comodidades. Pero, como no hice caso a mis padres, tomé una decisión posiblemente equivocada, aunque actualmente me doy cuenta que en la vida todo es un acontecimiento que nos hace crecer y aprender. 

Llegué a España por esta mala decisión. Vine para estudiar y, bueno, porque mi pareja de entonces ya estaba aquí. No terminé esos estudios de postgrado, pero decidí quedarme aquí. No todo fue bueno para mi; tuve una crisis grande cuando mi relación se destruyó y terminé yéndome de la casa. Ahí empezó un largo camino de dificultades: viviendo en la calle, pasando frío y viendo lo difícil que puede ser la vida cuando estás sin techo.

Una iglesia anglicana me echó una mano; ahí podía comer, vestirme y asearme. Pero vivienda no me podían dar. Pasé como tres meses a la intemperie. Aunque tenía beca y había retomado mis estudios en música, no tenía papeles y todo se había convertido en cuesta arriba. La calle te traga si no eres fuerte, ves situaciones duras de drogas, prostitución, alcoholismo, peligros, agresiones…

Estaba sintiendo que iba a perder el norte de mi vida, fue entonces cuando pedí ayuda. Yo había estudiado abogacía y magisterio en Venezuela, tenía una vida profesional antes de llegar a España, y aún así, me sentía ahora perdida, como un número más, especialmente siendo extranjera. La calle puede comerse a la persona fácilmente si es débil de espíritu. Por ese entonces tuve una serie de altibajos, apareció una pequeña luz en el camino que me hizo pensar que si tenía posibilidades de salir adelante, con un trabajo temporal y alojándome en casa de una amiga por un periodo de tiempo, hasta que fuimos desahuciadas y volví a sentir el miedo de la calle estando nuevamente sin trabajo.

Un encuentro y una resurrección

Llegó la pandemia y antes de verme otra vez en esa situación de calle, afortunadamente, volví a encontrar ayuda de un amigo. Me rescató y estuve viviendo en un garaje durante ese tiempo donde él me llevaba comida todos los días. A través de él conocí a alguien que me conectó con la Fundación Lázaro, y finalmente, encontré un nuevo hogar. Lázaro se convirtió en un pilar para mi, en mi familia, me ayudó a estabilizar y retomar el rumbo de mi vida gracias al amor fraterno, lo que me ha permitido volver a ser yo misma, sintiéndome viva y valiosa de nuevo.

Ahora tengo un trabajo estable, me siento tranquila y no estoy sola; tengo a mi familia de Lázaro. Es increíble cómo puedes reencontrar el calor y el sentido de la vida cuando pensabas que lo habías perdido todo. Volví a ser importante para las personas, dejé de sentirme extranjera y desplazada. Recuperé cada uno de los elementos esenciales que un ser humano necesita para vivir con dignidad en este mundo y me preparo para los planes futuros. 

Este renacer no tiene precio, y agradezco profundamente a Dios, a Lázaro y a todos los que conforman este hogar. ¡Eternamente gracias!

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