La calle no es vida, es estar en vilo las 24horas del día. O te despiertas sin lo poco que tenías, o te han pegado una paliza. La cabeza no para. Siempre alerta, siempre solo. Y esa soledad, ese aislamiento, te va hundiendo. Por cada año que vives en la calle, la vida se te acorta tres o cinco años. No es broma.
A la calle no se llega por un motivo, sino por muchos. Un día pierdes el trabajo, se acaba el subsidio, te comes los pocos ahorros… y ya está. A veces hay adicciones, pero detrás de cada adicción siempre hay un porqué. Igual que detrás de cada persona sin hogar, hay una historia. Yo he conocido en la calle a abogados, médicos, ingenieros… A cualquiera le puede tocar. Es una ruleta rusa. Hoy tú pasas por al lado y piensas “pobrecito”, pero mañana podrías ser tú el que esté ahí, pidiendo.


En mi caso, fue una mezcla de cosas. La muerte de mi madre me dejó tocado. La relación con mi padre y mi hermano se complicó. Poco a poco, fui perdiendo el rumbo, hasta que me vi sin trabajo, sin apoyos, y sin casa. Te vas quedando solo, y cuando te das cuenta, estás en la calle.
Después de años así, conocí Lázaro por un amigo, Ricardo, que él ya vivía ahí: nos habíamos conocido viviendo en la calle los dos, se cruzaron nuestros caminos. Empecé a ir a alguna comida, alguna cena y me entraron ganas de compartir esa vida con ellos. Fue en 2022 que se abrió el hogar completo de Madrid y ahí empezó algo nuevo para mi. La casa se fue llenando de voces: “¡José, ¿tienes azúcar?”, “¡Baja, que no sé qué historia!”, “¡¿me prestas un paquete de macarrones?!”, “¡vente a cenar con nosotras!”. Yo no estaba acostumbrado a eso… pero me empecé a sentir en casa.
«Aquí es como estar en familia»

Varias veces por accidentes y operaciones estuve ingresado en el hospital, bastante fastidiado. Durante ese tiempo estuve recibiendo visitas de amigos y mis compañeros del hogar, constantemente. Ya no veía el momento para que me dieran la carta de despido del hospital y volver con mi familia Lázaro.
Aquí tengo responsabilidades, he vuelto a sentir que valgo. Es verdad que lo llamo “el manicomnio”… porque todos estamos un poco locos, ¿eh?. Pero lo digo con cariño. Ese manicomnio es mi casa. Es donde quiero estar. Es donde me han devuelto las ganas de vivir.
Y no solo eso: Lázaro me ha devuelto también la fe en las personas. Cuando llevas años sobreviviendo, desconfiando de todo, pensar que alguien te abre la puerta para vivir con él, sin conocerte, te descoloca. Pero pasa. Y cuando pasa, uno cambia. Porque cuando te quieren así, sin pedirte nada, empiezas a creer de nuevo. Y te levantas.