Para mí, Lázaro es «el mundo al derecho».

Conocí Lázaro cuando la asociación llegó a Nantes. Antes formaba parte de un alegre grupo informal que se reunía con personas en dificultad para compartir cenas y tiempo, y ya había vivido un poco la experiencia fuera de cualquier asociación acogiendo de manera ocasional a Cyrille, un amigo de la calle. Una conocida me lo había presentado diciéndome: “¿Podrías hacer algo por él? Solo necesitaría un amigo”. En esa época trabajaba a tiempo parcial, buscaba mi lugar y esta amistad con Cyrille daba sentido a aquellos días un poco vacíos. Un amigo del fundador de Lázaro me invitó a una noche de información, después de la cual pasé a formar parte de los primeros voluntarios de Lázaro en Nantes en 2011. Baptiste fue nuestro primer compañero de piso en apuros. Lo que me gustaba era esa vida compartida: ver a la gente recuperar la sonrisa.

Ver los corazones que se abren, las sonrisas que renacen, es algo excepcional.

Para mí, Lázaro es intentar buscar la belleza de cada persona a nuestro alrededor, tener paciencia con cada uno. Después de 4 años de convivencia dejé la asociación, pero año y medio más tarde Loïc me llamó para pedirme ser responsable de los estudios. Había encontrado tanta alegría en vivir allí que acepté sin dudar. Para mí, Lázaro es «el mundo al derecho»: en lugar de preguntarnos por qué estamos en Lázaro, habría que preguntarse más bien por qué otros permanecen solos en su apartamento. Vivimos en una sociedad en la que hay “muchas personas solas”; qué expresión tan rara, por cierto. Realmente necesitamos a los demás para ser felices, para encontrar un sentido a nuestra existencia cotidiana. De hecho, mi historia aquí «es sobre todo una historia de encuentros» (sin ninguna referencia a Otis el escriba…): Thibault, Martial, Fred, Jean-Claude…

Cuando entré en Lázaro era más joven; hoy descubro el lado de «hermano mayor» respecto a otros voluntarios más jóvenes. Es interesante compartir juntos, me mantiene joven; se ríen un poco de mí, pero son como hermanitos para mí. En Lázaro he desarrollado sobre todo amistades con jóvenes atrapados en adicciones. He ido a ver a algunos al hospital, los he acompañado en sus andanzas nocturnas cuando estaban borrachos y enfadados. A través de mí creo que algunos han sentido una presencia, sienten cuando alguien cuida de ellos.

Estas relaciones son valiosas, realmente me siento en mi lugar.

Entre las personas que viven con nosotros hay quienes tienen trayectorias complicadas, y eso quizá permite a otros despojarse de complejos, soltar ciertos reflejos de condicionamiento, ensanchar nuestras categorías demasiado estrechas. Siempre es una ocasión de crecer para todos. Lázaro es un poco como el chocolate, es difícil hablar de él… ¡venid a probarlo!

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